SUEÑOS
DE TERROR COMPARTIDOS
Todas ellas
se juntaron para matar a Leo. Alguien las adiestró para que atacasen sin
piedad. Comenzaron a salir de todos los rincones de la habitación. Eran
gigantes, tan grandes como la mano de un hachero. Se pararon
rodeando el cuerpo. Leo estaba atado por sus miembros con unas correas
sujetas a las paredes del cuarto. Tenía tapada la boca y solo se escuchaba de
él un sonido de llanto ahogado. Sus ojos estaban rojos y su cara pálida por el
terror. De pronto pudo ver como salían de los pequeños huecos del techo y de
las paredes. Eran miles y miles. Una de ellas, la más cercana a su cara, se
paró en cuatro patas y con las delanteras rosaban su cara como queriendo
descubrir su fortaleza ante semejante experiencia. Cuando estas estaban por
atacar, comenzaron a aparecer cucarachas, millones de cucarachas. Las paredes
de la habitación se cubrieron con este asqueroso insecto. Estas profirieron un
sonido muy agudo y comenzó la masacre. Patas,
alas, abdómenes, cabezas se veían desparramarse por el piso y caían una
tras otra de las paredes y del techo. Las malditas rechazaban la muerte
inyectando su veneno mortal. En otro momento, comenzaron a aparecer víboras
chicas y enormes y entraron en lucha con los otros dos bichos. Ahora corría
sangre, tanta que empezó tapar el piso con un rojo bermellón, pero no llegaba
al cuerpo de Leo. En todo momento
presintió que había alguien más en la habitación. No podía ver detrás de su
cabeza. Pero allí estaba una mujer atada y totalmente desnuda como él con la
misma posición morbosa. Ella sí pudo gritar despertándose de la pesadilla.
Susana, su mujer, asustada saltó del colchón - cama a la vez trataba de calmar
al marido. Con sorpresa, vieron en un rincón de la carpa como una araña se devoraba
una cucaracha. Justo al lado, una serpiente de las venenosas movía
frenéticamente su cola apuntando la cabeza a la pareja aterrada.